miércoles, 13 de febrero de 2008

Una Decisión por Falta de Sexo

Hace poco más de un año me pidió que escribiera sobre él mientras nos emborrachábamos tomando aguardiente en una noche como las que nos gustan a nosotros; buena música, licor y mucha amistad.

El 14 enero de 2005, Julián Vanegas se fue a vivir a San Pedro de los milagros. Su padre había comprado, meses atrás, una cafetería o como el dice: un negocito. Julián antes de irse a vivir a San Pedro, hacía más o menos tres meses subía cada tres días y los fines de semana a trabajar, con el pretexto de visitar al papá, para recoger dinero y gastarlo en la semana en licor y cigarrillos aquí en Medellín.

Los días que Julián trabajaba en el pueblo, veía pasar cerca del negocio a una joven, que posteriormente descubriría que se llamaba Laura y que estudiaba en la normal de San Pedro, dato que descubriría un día que subió a trabajar en semana. “yo la veía pasar con el uniforme del colegio, y esa niña estudiaba en la normal y mi papá diciéndome, que te quedás es a estudiar en el liceo, y yo que no que en la normal”, cuenta Julián a carcajadas.

Julián decidió entonces, irse a vivir a San Pedro por aquella joven, por un gusto infantil y por las ganas –y la falta- de sexo. Es esto último lo que motiva más a Julián, pues era virgen a los dieciséis y ya se sentía apenado con sus amigos y con la sociedad en general, se sentía muy maduro para aquella inexplicable falta de sexo.

Decidido a vivir en el pueblo, Julián se instala en la cafetería -que sería su nuevo hogar- que ya era habitada por su padre. El negocio era grande, alrededor de veinte mesas componían el lugar, dos hornos para hacer pandequesos y tres enfriadores para las bebidas y los productos que necesitasen de ellos. En el fondo, al lado de los baños, el de caballero y el de damas, un habitáculo de madera ubicado hacia el lado izquierdo separaba el local del dormitorio. Al interior del dormitorio, dos colchonetas que de día permanecían dobladas sobre una mesa pero que de noche extendían sobre el suelo, servían para descargar toda la fatiga de un día entero de trabajo.

Después de un gran esfuerzo, el papá de Julián, don Ramiro Vanegas, le consigue un cupo en el colegio Normal de San Pedro de los milagros, donde Julián adelantaría los estudios correspondientes al grado noveno, pues a pesar de que él contara ya con dieciséis años, el hecho de haber cursado en Medellín tres veces el grado sexto, lo habían retrasado bastante en su vida escolar.

Los primeros días de estudio –como siempre- son complejos, pues hay que adaptarse a los nuevos compañeros, integrarse, adecuarse a la forma de estudio, pero sobre todo –lo que le dio más duro a Julián- al horario de clases, pues las jornadas eran desde las ocho de la mañana hasta las once del día y continuaban a las dos de la tarde hasta las cuatro. El tiempo que transcurría entre las once de la mañana y las dos de la tarde, Julián lo gastaba trabajando en la cafetería y después de salir del colegio –en la tarde- continuaba con sus labores de mesero en El Manantial.

“Entro yo al salón… me tocó al lado de la niña, en el mismo salón de la niña, el pupitre que me tocó estaba ahí enseguidita, y ¿sabe que?, la peladita empezó a hablarme, ¿y usted de donde es, de que vereda? Me preguntaba, y yo, no yo soy de Medellín, y ya, yo ya empecé a hablar con ella pero normal”, rememora Julián después de darle una fumada a su cigarrillo. “Un día que yo me iba a venir –para Medellín- pero antes de venirme yo ya tenía un amigo que se llamaba Sergio, yo le escribí algo a la niña y se la deje con él, le dije, entréguesela luego de que yo me vaya para Medellín, y listo, la vuelta quedó así, me conseguí el teléfono de la niña, ese día estábamos todos por allá arriba en la cuadra –una calle donde pasaban mucho tiempo todos los amigos- entonces yo cogí al negro y le dije: negro vení acompañame yo hago una llamadita y la llamé, y apenas me va diciendo, hay no luego hablamos que estoy aquí con mi novio, que disparo tan hijueputa, entonces llamé yo a Sergio y me dice: no yo todavía no le he entregado la carta porque el novio no ha dejado.”

Julián continuo hablando con Laura por algún tiempo, pero como lo dice Julián: la niña era alebrestadita, cosa que lo decepcionó bastante. Con el tiempo Julián descubrió, a manera de chisme, que el novio de Laura le pegaba y que ella no lo dejaba porque lo quería mucho.

Los cuatro meses y medio que Julián vivió en San Pedro, se desenvolvieron entre las ganas de sexo fácil y el cortejo a las mujeres que le llamaban la atención. Después de Laura, era el turno de Natalia Ochoa –La nocha-. “La historia con la nocha… yo no se como fue que ella me empezó a conocer, ella empezó a preguntar por mi en el colegio, y empezó a entucarme (cortejarlo). Me acuerdo que el día del cumpleaños (4 de marzo), ella fue la que escribió en el tablero: Julián feliz cumpleaños. Eso decoró ese tablero. Y yo pregunté, que quién había hecho eso. Eso fue la nocha, me dijeron, y yo, quién es la nocha, una pelada de once, ¿sí? Me la tenés que mostrar, entonces yo la vi, y yo, ah, pero hasta queridita esta, porque era queridita ¿o no?, vos la conociste” Julián comenzó a hablar con Natalia y la invitó a salir, se la llevó para Jalalajarra –un bar que queda en el parque del pueblo-, y cuando Julián comenzó a fumar –vicio que tiene desde los doce años- Natalia le pegó una cachetada y le dijo: es que no ves que estoy enferma, y se fue para la casa, a ella hacía pocos días la habían operado de la nariz. Julián dejó de hablar con ella, incluso los últimos días de su estancia en el pueblo ya Natalia le disgustaba “por creída”, como dice él.

En la cafetería, Julián se la llevaba bien con las empleadas, les daba palmadas en el culo y les pedía besitos y ellas se los daban. Las noches en la cafetería eran malas, dormía mal, no podía ver televisión pues había mucha bulla en la calle y el televisor estaba afuera de la pieza.

Julián conoció después a una amiga de Natalia, que de hecho era la mejor amiga de ella, aunque a los meses se odiarían por causas desconocidas. Lady Gómez era el nombre de la nueva víctima. “Vea, le voy a contar algo, yo empecé a charlar con ella, salíamos del colegio y nos íbamos por ahí por la casa de ella a sentarnos y a charlar y charlar y charlar, y un día va sucediendo lo siguiente: seis de la tarde y yo sin llegar al negocio, y yo salía a las cuatro, cuando veo yo por allá a mi papá, ¡que hubo guevón!, que son estas horas pues, que es que yo lo necesito es allá, no pa´que venga pa´aca a hablar con ninguna hijueputa vieja, le doy diez minutos para que esté allá.” Julián salió corriendo y llorando hacia la cafetería, llevando durante el camino, los recuerdos de lo que acababa de suceder.

No se dejó derrumbar por lo ocurrido con su padre y continuó hablando con Lady, tanto así que le pidió a un amigo, el cana –Camilo Andrés Rivera- que le dicen así por ser de Canadá, que le tradujera una canción llamada “I feel so”, de la agrupación Box car racer. El cana le hizo el favor y Julián la transcribió en una hoja de papel iris –papel de colores- y se subió para San Pedro un domingo que había desfile, “allá hacen desfile por cualquier guevonada, que porque nació un niño…”, la verdad es que estaban en semana santa, cuando Julián llegó al pueblo, se encontró con Sergio –su amigo- y le preguntó si había visto a Lady, el respondió que la había visto con Saulo. ¿Saulo?, ¿Cuál Saulo?, preguntó Julián, el novio, le respondió Sergio. Y ¿sabes donde están?, sí en Jalalajarra, ¿Jalalajarra?, listo gracias. Se dirige hacia el bar y mira hacia el segundo piso, cuando ve a Lady besándose con el tal Saulo. Julián se sentó en una de las mesas del piso inferior y rompió la carta en pedazos y tiró los pedazos al suelo. El primo de Julián, “checho” –Sergio-, subió al segundo piso y le dijo a Lady que Julián estaba en el primer piso. Julián compró media de aguardiente y empezó a tomar y al lado de la mesa estaban los pedazos de la carta. Lady bajó y saludó a Julián. Hey, ¿Qué ya tenés novio?, le pregunta Julián, ¿ah sí?, y… ¿de cuantos años?, ¿de 24?, mirá tenía algo para vos, pero ya está roto.

Julián se derrumbó de nuevo, comenzó a estudiar con pereza, en el colegio la gente murmuraba a cerca de sus derrotas, el único amigo era Sergio, las niñas ya no le paraban bolas, lo veían como el tipo que llegó de Medellín y había fracasado con cuanta niña había intentado. El trabajo se volvió más monótono, ya no le gustaba casi salir y no veía la hora de devolverse para Medellín. El problema del asunto ya radicaba entonces en otro ítem, ¿Cómo carajos le voy a decir a mi papá que me quiero devolver para Medellín?

Después de pensarlo varios días, Julián se decide a hablar con su padre, le cuenta que estaba aburrido y que se quería devolver para Medellín, a vivir con su mamá y con sus tres hermanas, que la mamá le hacía falta y otras cuantas excusas que se inventó para poder convencer a don Ramiro. Lo que más le preocupaba a don Ramiro era que su hijo, su único hijo varón, perdiera ese año de estudio, a lo que Julián le responde que no le importa, que él el otro semestre se pondría a validar el bachillerato en Medellín. Su padre terminó aceptando la decisión de Julián relativamente fácil, tal vez por las buenas excusas de Julián o tal vez por el hecho de que ya se estaba organizando para vivir con otra mujer.

Poco más de un año y medio después de que Julián me pidiera que escribiera sobre él, cuento una anécdota de vida, una experiencia que lo dejó sin mujeres y sin sexo, que lo único que trajo fueron historias tristes, pero que ahora se cuenta con una gracia inimitable, con una graciosa sonrisa y con la compañía de unas buenas cervezas, unos cuantos cigarrillos y un par de buenos amigos.

por: Alejandro Gómez Jaramillo

1 comentario:

el cana dijo...

muy interesante esa historia... me gusta esa forma de escrivir... seguile puliendo que esta bacano...