miércoles, 13 de febrero de 2008

Exclusión Social

La violencia que ha venido azotando a Colombia, deja grandes y dolorosas consecuencias, entre ellas; el desplazamiento al que se ven forzadas numerosas personas y familias, que son obligadas a salir de sus lugares de origen, dejando atrás, abandonado, sin querer, todo lo que han adquirido durante largos y duros años de trabajo, y todo…, con el fin de proteger su vida y la de los suyos; vida que al llegar a su nuevo hábitat, cambia radicalmente, ya que estas personas quedan sometidas a unas condiciones de vida denigrantes y a las cuales no estaban acostumbradas: al hacinamiento, la insalubridad, la escasez hasta de los recursos mas mínimos, de los cuales ellos disponían en toda su libertad como el aire puro, el agua, entre otros; sienten la discriminación de quienes no entendemos su situación y que en muchas ocasiones los tratamos de vagos o mendigos que llegan a crecer los cinturones de miseria de las ciudades.

El desplazado quiere trabajar; pero.., en qué?, en la ciudad no hay parcelas, no hay ganado, no hay río para pescar ni para buscar oro, solo hay empresas, fábricas, supermercados… para trabajar; allí exigen lo que él no tiene: preparación y experiencia relacionada con el oficio; entonces, solo comienza a quedarles la satisfacción de haber protegido su vida y la de los suyos, pero empiezan a perder la fe, y es entonces cuando la vida…, esa vida, por la cual abandonaron todo, deja de ser una vida digna, pues cuando se vive sin fe y sin esperanza, se pierde la alegría y hasta los deseos de vivir.

La crisis por el fenómeno del desplazamiento es grave, tal vez, uno de los mayores lunares a nivel nacional. Las condiciones de esta población son infrahumanas, es una grave injusticia… parte el alma conversar con algunos desplazados que relatan cómo vivían en condiciones, no sólo dignas, sino solventes: Tenían su finca con su ganado o montajes de café o caña, material y económicamente lo tenían todo, y de la noche a la mañana aparecen como pordioseros… sin nada, y ni siquiera con esperanzas…

El gobierno, hay que reconocerlo, ha procurado, por lo menos en materia legislativa y presupuestal, afrontar esta tragedia, pero ella es de tal magnitud, que la solución va a tardar bastante tiempo. Además, los organismos instituidos para atender esta población, como todo lo estatal, se vuelven paquidérmicos, o por la indolencia de algunos funcionarios o por culpa de la tramitología y formalismos, que pueden ser útiles para ejercer control, pero que hacen inoperantes y/o demasiado tardías las soluciones.

Cuando uno tiene contacto con esta realidad, se llena muchas veces de angustia al comprobar la inoperancia de las normas y cómo los derechos de los desplazados, se quedan en la letra de la ley y ellos siguen con sus necesidades insolubles, con su angustia y, cada día, con la pérdida de su esperanza y su fe.

por: Alejandro Gómez Jaramillo

Una Decisión por Falta de Sexo

Hace poco más de un año me pidió que escribiera sobre él mientras nos emborrachábamos tomando aguardiente en una noche como las que nos gustan a nosotros; buena música, licor y mucha amistad.

El 14 enero de 2005, Julián Vanegas se fue a vivir a San Pedro de los milagros. Su padre había comprado, meses atrás, una cafetería o como el dice: un negocito. Julián antes de irse a vivir a San Pedro, hacía más o menos tres meses subía cada tres días y los fines de semana a trabajar, con el pretexto de visitar al papá, para recoger dinero y gastarlo en la semana en licor y cigarrillos aquí en Medellín.

Los días que Julián trabajaba en el pueblo, veía pasar cerca del negocio a una joven, que posteriormente descubriría que se llamaba Laura y que estudiaba en la normal de San Pedro, dato que descubriría un día que subió a trabajar en semana. “yo la veía pasar con el uniforme del colegio, y esa niña estudiaba en la normal y mi papá diciéndome, que te quedás es a estudiar en el liceo, y yo que no que en la normal”, cuenta Julián a carcajadas.

Julián decidió entonces, irse a vivir a San Pedro por aquella joven, por un gusto infantil y por las ganas –y la falta- de sexo. Es esto último lo que motiva más a Julián, pues era virgen a los dieciséis y ya se sentía apenado con sus amigos y con la sociedad en general, se sentía muy maduro para aquella inexplicable falta de sexo.

Decidido a vivir en el pueblo, Julián se instala en la cafetería -que sería su nuevo hogar- que ya era habitada por su padre. El negocio era grande, alrededor de veinte mesas componían el lugar, dos hornos para hacer pandequesos y tres enfriadores para las bebidas y los productos que necesitasen de ellos. En el fondo, al lado de los baños, el de caballero y el de damas, un habitáculo de madera ubicado hacia el lado izquierdo separaba el local del dormitorio. Al interior del dormitorio, dos colchonetas que de día permanecían dobladas sobre una mesa pero que de noche extendían sobre el suelo, servían para descargar toda la fatiga de un día entero de trabajo.

Después de un gran esfuerzo, el papá de Julián, don Ramiro Vanegas, le consigue un cupo en el colegio Normal de San Pedro de los milagros, donde Julián adelantaría los estudios correspondientes al grado noveno, pues a pesar de que él contara ya con dieciséis años, el hecho de haber cursado en Medellín tres veces el grado sexto, lo habían retrasado bastante en su vida escolar.

Los primeros días de estudio –como siempre- son complejos, pues hay que adaptarse a los nuevos compañeros, integrarse, adecuarse a la forma de estudio, pero sobre todo –lo que le dio más duro a Julián- al horario de clases, pues las jornadas eran desde las ocho de la mañana hasta las once del día y continuaban a las dos de la tarde hasta las cuatro. El tiempo que transcurría entre las once de la mañana y las dos de la tarde, Julián lo gastaba trabajando en la cafetería y después de salir del colegio –en la tarde- continuaba con sus labores de mesero en El Manantial.

“Entro yo al salón… me tocó al lado de la niña, en el mismo salón de la niña, el pupitre que me tocó estaba ahí enseguidita, y ¿sabe que?, la peladita empezó a hablarme, ¿y usted de donde es, de que vereda? Me preguntaba, y yo, no yo soy de Medellín, y ya, yo ya empecé a hablar con ella pero normal”, rememora Julián después de darle una fumada a su cigarrillo. “Un día que yo me iba a venir –para Medellín- pero antes de venirme yo ya tenía un amigo que se llamaba Sergio, yo le escribí algo a la niña y se la deje con él, le dije, entréguesela luego de que yo me vaya para Medellín, y listo, la vuelta quedó así, me conseguí el teléfono de la niña, ese día estábamos todos por allá arriba en la cuadra –una calle donde pasaban mucho tiempo todos los amigos- entonces yo cogí al negro y le dije: negro vení acompañame yo hago una llamadita y la llamé, y apenas me va diciendo, hay no luego hablamos que estoy aquí con mi novio, que disparo tan hijueputa, entonces llamé yo a Sergio y me dice: no yo todavía no le he entregado la carta porque el novio no ha dejado.”

Julián continuo hablando con Laura por algún tiempo, pero como lo dice Julián: la niña era alebrestadita, cosa que lo decepcionó bastante. Con el tiempo Julián descubrió, a manera de chisme, que el novio de Laura le pegaba y que ella no lo dejaba porque lo quería mucho.

Los cuatro meses y medio que Julián vivió en San Pedro, se desenvolvieron entre las ganas de sexo fácil y el cortejo a las mujeres que le llamaban la atención. Después de Laura, era el turno de Natalia Ochoa –La nocha-. “La historia con la nocha… yo no se como fue que ella me empezó a conocer, ella empezó a preguntar por mi en el colegio, y empezó a entucarme (cortejarlo). Me acuerdo que el día del cumpleaños (4 de marzo), ella fue la que escribió en el tablero: Julián feliz cumpleaños. Eso decoró ese tablero. Y yo pregunté, que quién había hecho eso. Eso fue la nocha, me dijeron, y yo, quién es la nocha, una pelada de once, ¿sí? Me la tenés que mostrar, entonces yo la vi, y yo, ah, pero hasta queridita esta, porque era queridita ¿o no?, vos la conociste” Julián comenzó a hablar con Natalia y la invitó a salir, se la llevó para Jalalajarra –un bar que queda en el parque del pueblo-, y cuando Julián comenzó a fumar –vicio que tiene desde los doce años- Natalia le pegó una cachetada y le dijo: es que no ves que estoy enferma, y se fue para la casa, a ella hacía pocos días la habían operado de la nariz. Julián dejó de hablar con ella, incluso los últimos días de su estancia en el pueblo ya Natalia le disgustaba “por creída”, como dice él.

En la cafetería, Julián se la llevaba bien con las empleadas, les daba palmadas en el culo y les pedía besitos y ellas se los daban. Las noches en la cafetería eran malas, dormía mal, no podía ver televisión pues había mucha bulla en la calle y el televisor estaba afuera de la pieza.

Julián conoció después a una amiga de Natalia, que de hecho era la mejor amiga de ella, aunque a los meses se odiarían por causas desconocidas. Lady Gómez era el nombre de la nueva víctima. “Vea, le voy a contar algo, yo empecé a charlar con ella, salíamos del colegio y nos íbamos por ahí por la casa de ella a sentarnos y a charlar y charlar y charlar, y un día va sucediendo lo siguiente: seis de la tarde y yo sin llegar al negocio, y yo salía a las cuatro, cuando veo yo por allá a mi papá, ¡que hubo guevón!, que son estas horas pues, que es que yo lo necesito es allá, no pa´que venga pa´aca a hablar con ninguna hijueputa vieja, le doy diez minutos para que esté allá.” Julián salió corriendo y llorando hacia la cafetería, llevando durante el camino, los recuerdos de lo que acababa de suceder.

No se dejó derrumbar por lo ocurrido con su padre y continuó hablando con Lady, tanto así que le pidió a un amigo, el cana –Camilo Andrés Rivera- que le dicen así por ser de Canadá, que le tradujera una canción llamada “I feel so”, de la agrupación Box car racer. El cana le hizo el favor y Julián la transcribió en una hoja de papel iris –papel de colores- y se subió para San Pedro un domingo que había desfile, “allá hacen desfile por cualquier guevonada, que porque nació un niño…”, la verdad es que estaban en semana santa, cuando Julián llegó al pueblo, se encontró con Sergio –su amigo- y le preguntó si había visto a Lady, el respondió que la había visto con Saulo. ¿Saulo?, ¿Cuál Saulo?, preguntó Julián, el novio, le respondió Sergio. Y ¿sabes donde están?, sí en Jalalajarra, ¿Jalalajarra?, listo gracias. Se dirige hacia el bar y mira hacia el segundo piso, cuando ve a Lady besándose con el tal Saulo. Julián se sentó en una de las mesas del piso inferior y rompió la carta en pedazos y tiró los pedazos al suelo. El primo de Julián, “checho” –Sergio-, subió al segundo piso y le dijo a Lady que Julián estaba en el primer piso. Julián compró media de aguardiente y empezó a tomar y al lado de la mesa estaban los pedazos de la carta. Lady bajó y saludó a Julián. Hey, ¿Qué ya tenés novio?, le pregunta Julián, ¿ah sí?, y… ¿de cuantos años?, ¿de 24?, mirá tenía algo para vos, pero ya está roto.

Julián se derrumbó de nuevo, comenzó a estudiar con pereza, en el colegio la gente murmuraba a cerca de sus derrotas, el único amigo era Sergio, las niñas ya no le paraban bolas, lo veían como el tipo que llegó de Medellín y había fracasado con cuanta niña había intentado. El trabajo se volvió más monótono, ya no le gustaba casi salir y no veía la hora de devolverse para Medellín. El problema del asunto ya radicaba entonces en otro ítem, ¿Cómo carajos le voy a decir a mi papá que me quiero devolver para Medellín?

Después de pensarlo varios días, Julián se decide a hablar con su padre, le cuenta que estaba aburrido y que se quería devolver para Medellín, a vivir con su mamá y con sus tres hermanas, que la mamá le hacía falta y otras cuantas excusas que se inventó para poder convencer a don Ramiro. Lo que más le preocupaba a don Ramiro era que su hijo, su único hijo varón, perdiera ese año de estudio, a lo que Julián le responde que no le importa, que él el otro semestre se pondría a validar el bachillerato en Medellín. Su padre terminó aceptando la decisión de Julián relativamente fácil, tal vez por las buenas excusas de Julián o tal vez por el hecho de que ya se estaba organizando para vivir con otra mujer.

Poco más de un año y medio después de que Julián me pidiera que escribiera sobre él, cuento una anécdota de vida, una experiencia que lo dejó sin mujeres y sin sexo, que lo único que trajo fueron historias tristes, pero que ahora se cuenta con una gracia inimitable, con una graciosa sonrisa y con la compañía de unas buenas cervezas, unos cuantos cigarrillos y un par de buenos amigos.

por: Alejandro Gómez Jaramillo

Un Círculo Vicioso

UN CÍRCULO VICIOSO

“La violencia no se termina, solo se transforma con los años”.

Alejandro Gómez Jaramillo

En el barrio popular, hace ya varios años, sus habitantes vivían en medio de los ataques que se propinaban unas bandas delincuenciales, con otras, y fue precisamente por ésa situación, que los naturales del mismo barrio, decidieron acabar con el problema de raíz, ya que como lo dijo don Rafael al padre del barrio, en el proceso de crear las que en el sector llamaron “autodefensas del barrio”: “Padre, usted sabe que con la autoridad ya hemos hablado muchas veces y de nada ha servido y estos muchachos van a acabar con nosotros si no nos defendemos”

Don Rafael, es un habitante del barrio popular, que ha estado huyéndole a la violencia toda su vida: “Primero me encontré con la llamada violencia política, que me encontró viviendo en Norcasia, en el departamento de Caldas”, comenzó don “Rafa” contando su historia. Fue desde entonces que comenzó a huir, cuando tenía 22 y con la responsabilidad del matrimonio. En la carrera de sobrevivir, salió hacia La Dorada Caldas, pero en el camino se topó con una de las escenas que recuerda con tristeza, “sobre el puente estaba la tropa con 30 detenidos. Alcancé a ver al señor Gonzalo Arredondo, habitante de la zona, amolando un machete al lado del puente. Al momentito llevaron a uno de los detenidos al centro del puente y le colocaron la cabeza sobre la baranda. Este señor Gonzalo, le hizo el corte de franela, le cortó la cabeza de un solo machetazo. Así siguieron con cada uno de los detenidos, la cabeza caía de una vez al río, y enseguida tiraban el cuerpo”. Para don Rafael, Cortar la cabeza de una persona es “dejar el cuerpo sin alma”.

Continuó la escapatoria a la violencia, dirigiéndose a Cocorná, Antioquia, donde residía su padre; allí compró un pedazo de tierra, lugar en que partió pronto, pues “la ingrata selva me mató a un hijo de cinco meses, empaqué dos o tres trapos y arranqué sin saber donde iba a caer el globo.”, rememoró don Rafael. Llegó entonces Don Rafael a Medellín, al barrio popular, donde un amigo lo ayudó vincularse con una empresa de construcción, la misma empresa que lo llevó a Chigorodó, en Urabá. A don Rafael, le gustó el territorio, así que se instauró en una finca, que aún posee.

La pata de Conejo

Él, cuando bajaba de la cama, apoyaba primero su pie derecho sobre el suelo, el metodismo con el que realizaba cada una de sus acciones era desmedido; doblaba sus cobijas azules, exactamente por el medio al igual que las desgastadas sábanas, y después sobreponía el cobertor.

Se dirigía a la cocina pisando las mismas baldosas que pisaba siempre; sacaba de la nevera la leche, los huevos, se daba media vuelta y, del cajón inferior izquierdo, de color blanco y desgastado por los años, sacaba un pequeño paquete de tostadas. Ponía el mismo plato resquebrajado, en el lugar que señalaba el norte en su comedor de cuatro personas, y tranquilamente tomaba su desayuno.

Su apartamento de escasas divisiones, se encontraba adornado con dos o tres cuadros de figuras religiosas. En el dintel de la puerta principal, una herradura oxidada colgaba de un clavo mal puesto y al lado derecho, hacia el ángulo perpendicular formado por el marco de la puerta y la pared, una escoba invertida recostada para ahuyentar las visitas no deseadas.

La ducha tomaba alrededor de 15 minutos, el mismo tiempo que tomaba en vestirse. Sobre el nochero, situado a un lado de su cama, se encontraban sus amuletos; una pata de conejo, dos escapularios y una cadenilla de oro con un pequeño portarretrato que en su interior, contenía la imagen de su difunta esposa.

Victorino, obrero de profesión, tomaba el bus a las siete y quince de la mañana dos calles abajo de donde vivía. Veinte minutos más tarde, arribaba a su lugar de trabajo, un edificio nuevo de 22 pisos de altura, con toda su estructura ya formada y próximo a finalizarse. En el piso 13 se encontraba él, elaborando los acabados que conformarían la totalidad de aquel peldaño, los materiales se los hacía llegar su compañero de trabajo desde el primer piso por medio de una pequeña grúa, que enganchaba a una cadena un cuadro de madera, que servía como base para elevar los insumos.

El ataúd que ahora resguarda su cuerpo, es de color blanco; a Victorino le penden aún de su cuello sus amuletos, que se le ven bien con la palidez de su cara; Mientras que él, descargaba del cuadro de madera que arrastraba la grúa, dos cubos llenos de cemento, que le servirían para terminar sus labores, su cadenilla de oro, junto con la pata de conejo, se engancharon de la grúa, y al elevar la misma, Victorino, el pobre Victorino, quedó colgando de la máquina, en el piso trece.

por: Alejandro Gómez Jaramillo

Alguien Definitivo

Extiendo mi brazo izquierdo para entregarle el papel cuadriculado doblado en cuatro partes que le había prometido tan solo unos días atrás. Ella lo mira ansiosa y detenidamente, mientras lo recibe con su mano opuesta, y levantando su rostro me dirige su mirada, y con una ligera sonrisa me regala un somero agradecimiento.

Luego de una pequeña advertencia, le pido que inicie a leer el papel, mientras yo, impulsado, tal vez por los nervios o por la expectativa del momento, saco una excusa y me desaparezco del lugar rápidamente, sabiendo aun que mi presencia no se movería ni un instante del allí.

El papel, más que un cuento o una historia, es una forma discreta de hacerle saber que la quiero, y que a pesar de que sé, que lo que siento por ella no es amor, o por lo menos un amor profundo, quisiera que llegara esa oportunidad, de la cual anteriormente ya habíamos platicado, y de la cual yo sé la respuesta también.

Ese día mas tarde, la vuelvo a ver, y mi corazón se acelera y la adrenalina fluye a través de mi cuerpo; se me acerca mirándome fijamente y me da un beso; yo consternado no modulo palabra, simplemente la tomo entre mis brazos y la aprieto fuertemente contra mi pecho.

Entre besos y caricias, aprieto fuertemente mi almohada, y despierto con un sabor amargo a tristeza, por saber que ella cada vez se encuentra mas alejada, cuando yo quisiera que estuviera junto a mi, con esa oportunidad tan esperada, pero que se que aún no llegará, o que lo mas seguro, es que ni siquiera llagará.

Por lo pronto me tranquilizo, bebo un poco de agua y pienso en que cada persona toma sus propias decisiones, y que ella no quiso abrir su corazón a mi, pero otra mujer lo hará y apreciara el cariño que le brinde, además, no todo en la vida es juego, y por experiencia propia, sé que las personas a veces nos perdemos de conocer muchas cosas bellas de otro ser, tan solo por querer divertirse, cuando lo esencial esta en cosas mas profundas; esas cosas que solo unas pocas personas alcanzamos a percibir.

Al otro día, la veo con un “amigo”, casi tan dichosa, como se vería conmigo, y a mi mente viene un triste, pero real pensamiento que se pregunta si será al fin alguien definitivo, o será parte de otra salida amistosa, que deja como consecuencia mi corazón partido.

por: Alejandro Gómez Jaramillo

Mi Fortuna

Abro mis ojos….con dificultad, pero los abro; es otro día más de mi tediosa vida. El suave aroma de una mañana fresca y soleada entra por la ventana que se sitúa al lado derecho de mi cama, a unos dos metros y medio; alcanzo a mirar las puntas de mis pies sin lograr moverlas; son las diez de la mañana y nadie se percata que aquí estoy, necesito algo de comer, me lo indica el crujido en mi estomago, pero no hay nada que hacer, sino esperar a que la dichosa enfermera se encargue de ello…así como lo hará de todo lo demás en el día de hoy, de mañana y hasta el afortunado día en que al fin este muerto.

He perdido todo lo que tenía, mis amigos, mi familia, mi vida social, como también toda mi privacidad, pero también he perdido a lo que yo llamaba felicidad.

Muevo los globos oculares para fijar mi mirada en el cuadro que cuelga de la pared del frente de mi cama, el cual me recuerda la feliz familia que solía tener, mamá, papá y yo…..un trío de personas comunes pero tan inocentemente felices, si, ….y digo inocentemente, porque de haber sabido lo que les tenía preparado la vida, ya no lo serían más; y así lo fueron hasta el día en que todo sucedió; a veces me culpo de que murieran siendo infelices a causa mía, pero no me arrepiento, pues la decisión de haberme traído al mundo fue de ellos, y solo de ellos; claro…..si es que fue una decisión…

Después de darme de desayunar, me toman dos fornidos asistentes de la enfermera y me suben a una silla de ruedas de color azul, con varillas cromadas y llantas desgastadas a causa de su uso, y me dirigen a mi baño de todos los días, mientras me sostienen de pie en una habitación blanca, pequeña y muy fría, siento sobre mi cabeza las primeras gotas y luego un hilo fuerte de agua, un poco cálido, pero no lo suficientemente como para quemarme; la escena me da pie para sumergirme, y divagar en mi mente; me acuerdo de Carlos, mi mejor amigo, claro, hasta aquel día…como lo fueron todos los demás. Lo recuerdo jugando ajedrez conmigo, acompañados de la silenciosa presencia de una botella del mas fino whisky, la cual iba mermando su nivel al pasar de los minutos, hasta finalmente vaciarse y ser reemplazada por una botella nueva.

Terminado el baño, me ponen una bata color blanca, con las marcas del hospital bordadas y mi nombre pegado en una etiqueta, me suben de nuevo a la silla de ruedas y me llevan al jardín, donde pretenden que descanse, que me relaje observando las flores que me rodean, sintiendo el masaje que daba mi silla al ser sacudida de un lugar a otro gracias al piso áspero y rocoso, contemplando los peces del estanque de roca natural, adornado por unas grandes y vigorosas orquídeas; pero lo que no saben es que con todo esto, solo logran revivir los recuerdos de aquel momento, en el que con la compañía de mi silenciosa y traidora compañera, estrellé mi lujoso auto, contra la casa de aquella humilde gente, que dormía impasiblemente, y que sin siquiera sospechar lo que aquella noche de lluvia acaecería, murieron en su lecho sin emitir sonido.

Y aquí estoy, sentado en el jardín, 22 años mas tarde, deseando poder retroceder el tiempo, y esperando a que el día de mañana no llegue jamás y que mi vida termine en este preciso momento, para no tener que aguantar mas la rutina de mi vida, esa vida que para los doctores después del accidente sufrido fue una fortuna haber salvado, pero que yo quisiera que no hubieran tocado.

por: Alejandro Gómez Jaramillo