miércoles, 13 de febrero de 2008

Mi Fortuna

Abro mis ojos….con dificultad, pero los abro; es otro día más de mi tediosa vida. El suave aroma de una mañana fresca y soleada entra por la ventana que se sitúa al lado derecho de mi cama, a unos dos metros y medio; alcanzo a mirar las puntas de mis pies sin lograr moverlas; son las diez de la mañana y nadie se percata que aquí estoy, necesito algo de comer, me lo indica el crujido en mi estomago, pero no hay nada que hacer, sino esperar a que la dichosa enfermera se encargue de ello…así como lo hará de todo lo demás en el día de hoy, de mañana y hasta el afortunado día en que al fin este muerto.

He perdido todo lo que tenía, mis amigos, mi familia, mi vida social, como también toda mi privacidad, pero también he perdido a lo que yo llamaba felicidad.

Muevo los globos oculares para fijar mi mirada en el cuadro que cuelga de la pared del frente de mi cama, el cual me recuerda la feliz familia que solía tener, mamá, papá y yo…..un trío de personas comunes pero tan inocentemente felices, si, ….y digo inocentemente, porque de haber sabido lo que les tenía preparado la vida, ya no lo serían más; y así lo fueron hasta el día en que todo sucedió; a veces me culpo de que murieran siendo infelices a causa mía, pero no me arrepiento, pues la decisión de haberme traído al mundo fue de ellos, y solo de ellos; claro…..si es que fue una decisión…

Después de darme de desayunar, me toman dos fornidos asistentes de la enfermera y me suben a una silla de ruedas de color azul, con varillas cromadas y llantas desgastadas a causa de su uso, y me dirigen a mi baño de todos los días, mientras me sostienen de pie en una habitación blanca, pequeña y muy fría, siento sobre mi cabeza las primeras gotas y luego un hilo fuerte de agua, un poco cálido, pero no lo suficientemente como para quemarme; la escena me da pie para sumergirme, y divagar en mi mente; me acuerdo de Carlos, mi mejor amigo, claro, hasta aquel día…como lo fueron todos los demás. Lo recuerdo jugando ajedrez conmigo, acompañados de la silenciosa presencia de una botella del mas fino whisky, la cual iba mermando su nivel al pasar de los minutos, hasta finalmente vaciarse y ser reemplazada por una botella nueva.

Terminado el baño, me ponen una bata color blanca, con las marcas del hospital bordadas y mi nombre pegado en una etiqueta, me suben de nuevo a la silla de ruedas y me llevan al jardín, donde pretenden que descanse, que me relaje observando las flores que me rodean, sintiendo el masaje que daba mi silla al ser sacudida de un lugar a otro gracias al piso áspero y rocoso, contemplando los peces del estanque de roca natural, adornado por unas grandes y vigorosas orquídeas; pero lo que no saben es que con todo esto, solo logran revivir los recuerdos de aquel momento, en el que con la compañía de mi silenciosa y traidora compañera, estrellé mi lujoso auto, contra la casa de aquella humilde gente, que dormía impasiblemente, y que sin siquiera sospechar lo que aquella noche de lluvia acaecería, murieron en su lecho sin emitir sonido.

Y aquí estoy, sentado en el jardín, 22 años mas tarde, deseando poder retroceder el tiempo, y esperando a que el día de mañana no llegue jamás y que mi vida termine en este preciso momento, para no tener que aguantar mas la rutina de mi vida, esa vida que para los doctores después del accidente sufrido fue una fortuna haber salvado, pero que yo quisiera que no hubieran tocado.

por: Alejandro Gómez Jaramillo

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